Liahona Diciembre 1996

¡Él vive!

Los jóvenes de diversas parles del mundo testifican de Jesucristo.

En febrero de 1832, el profeta José Smith se hallaba traba­jando en la traducción ins­pirada de la Biblia mientras Sidney Rigdon le servía como escriba. Apenas habían terminado de leer Juan 5:29 en cuanto a la resurrec­ción, cuando recibieron la visión que ahora conocemos como la Sección 76 de Doctrina y Convenios. El Profeta escribió lo siguiente acerca de esa experiencia: “Y vimos la gloria del Hijo, a la diestra del Padre, y recibimos de su plenitud…

“Y ahora, después de los muchos testimonios que se han dado de él, éste es el testimonio, el último de todos, que nosotros damos de él: ¡Que vive!

“Porque lo vimos, sí, a la diestra de Dios; y oímos la voz testificar que él es el Unigénito del Padre;

“que por él, por medio de él y de él los mundos son y fueron creados, y sus habitantes son engendrados hijos e hijas para Dios” (versículos 20, 22-24).

Tal vez la mayoría de nosotros no tenga la oportunidad de ver al Salvador en esta vida pero, mediante el poder del Espíritu Santo, podemos tener la seguridad de que Él vive y que nos ama. Muchos miembros de la Iglesia, de todas las edades, testifican de ello.

En las páginas que aparecen a continuación, los jóvenes de diver­sas partes del mundo comparten con los demás el don más preciado que poseen: su testimonio del Salvador.

«Durante esta época de la Navidad, medito en cuanto a la vida del Salvador y pienso en todo lo que tuvo que padecer. Sé que Él vive y que siempre me dará Su apoyo. Al pasar por pruebas en mi vida, pienso en Él y en la manera que yo actua­ría si El estuviera a mi lado». —Simone Ramsay, Georgetown, Guayana

«En 1994, debido al empleo de mi padre, tuvimos que mudarnos a un lugar en donde fui objeto de rechazos y persecución; pero a medida que mi testimo­nio de Jesucristo fue creciendo, mi amor hacia los demás tam­bién aumentó. Le doy gracias a mi Salvador por el sentimiento de paz que ahora tengo, a pesar de lo difícil que fue aquella persecu­ción. Jesucristo ha sanado mis heridas, y mi único deseo es ser digno de servirle y de gozar del privilegio de sentirme cerca de Él». —Fernando Israel Sánchez Pantoja, Celaya, México

«Jesucristo no sólo enseñaba por medio de la palabra, sino por el ejemplo; Él es el mejor maestro de todas las épocas. Su ejemplo de humildad, perdón, obe­diencia, fidelidad, santidad, virtud, servicio y amor ha servido para aumentar la admira­ción y el amor que siento por Él. Cuando me siento sola, cuando estoy triste y lloro por mis fracasos, siento Su apoyo. Nada, ni el abrazo de los padres, los líderes o el cónyuge se puede comparar al cálido sentimiento de Su amor». —Lisa Haryono, Kadipiro Surakarta, Indonesia

«Es difícil expresar lo mucho que esta Iglesia ha cambiado mi vida. He sido miembro de ella desde octubre de 1995, y en mi corazón aún siento el gozo y la felicidad que sentí en el momento de mi bau­tismo. El saber que Dios vive y que nos ama a todos nos brinda la fortaleza divina para resistir la maldad y la tentación. Sé que Dios vive y que nos ama, ya que Él mandó a Su Hijo, Jesucristo, quien murió por nosotros y expió nuestros pecados». —Ylena Yelistratova, Yekaterinburgo, Rusia

«Yo no comprendí la importancia de una bendición patriarcal hasta hace algunos años, cuando recibí la mía. Pero ahora que la tengo, la leo constantemente; sé que la recibí porque mi Salvador me ama. Sé que no soy nada sin mi Salvador; sé que Él vive y que, gracias a Él, algún día encontraré a mi padre y a mi hermano, quienes han pasado al mundo de los espíritus». —Gaelle Taputu, Mahina, Tahití, Polinesia Francesa

«Yo deseaba tener un testimonio de Cristo y Su Iglesia, de modo que decidí orar al respecto. Con el correr de los días, de pronto experimenté una cer­teza de que el Evangelio es verda­dero. Me siento muy tranquila y agradecida de que mi Padre Celestial haya contestado mi oración». —Christine Tabernilla, Muscat, Omán

«El año pasado mi padre resultó lesionado a causa de un acci­dente. Con la ayuda de muchas personas, hemos podido superar los difíciles problemas económicos que surgie­ron debido a ello. Al principio sentí cierto resentimiento hacia Dios, pero ahora le estoy agradecida. Yo no soy muy diferente de otros jóvenes, pero sí poseo algo diferente: sé que Dios vive. Quisiera que siempre fuéramos felices, pero debido a mi testimonio, aceptaré tanto la felici­dad como la desdicha». —Kim, Hae-Young, Seúl, Corea

«Mi testimonio me es de gran ayuda en los momentos difíciles de mi vida. Cuando me siento afligido, lo único que tengo que hacer es examinar el bello tesoro que poseo —el Evangelio de Cristo— para sentir alivio. A mi alrededor, veo el cam­bio que se lleva a cabo en la vida de la gente mediante el poder de nuestro Padre Celestial». —Élder Celio Carneiro Ximenes, Fortaleza, Ceará, Brasil

«Desde que era pequeña, he sido muy tímida. Cuando se presenta la oportunidad de expresar mi testimonio en público, siento como si estuviera a punto de ser devorada por leones. Es por eso que me siento agradecida al expresar mi testimonio al mundo por este medio. Sé que nuestro Padre Celestial y Jesucristo viven y que José Smith fue en verdad un profeta. Sé que si leemos las Escrituras y guardamos los mandamientos, seremos felices aquí en la fierra y ocuparemos un lugar en el reino de Dios». —Isabel Ahsue Ndongo Macías, Madrid, España

«El asistir a la Iglesia todos los domingos, y participar de la Santa Cena, me brinda la fortaleza para vencer al adversario durante la semana. Sé que esta vida es la época para prepararnos y seguir el ejemplo de Jesucristo; Él es el único espejo a través del cual debemos ver a fin de vernos a nosotros mismos».

—Tito Geovanny Macías Robles, Machala, El Oro, Ecuador

«Yo soy el único miem­bro de la Iglesia en mi familia. A veces me es difícil progresar, pero las tribulaciones forta­lecen mi testimonio. Sé que Dios y Jesucristo viven; lo sé porque Ellos dan respuesta a mis oraciones y me acercan a Ellos. Nunca estoy sola; siempre están a mi lado cuando más los necesito. Amo el Evangelio y me siento muy feliz de per­tenecer a la Iglesia. Espero algún día com­partir, junto con toda mi familia, el gozo de ser miembros de la única Iglesia verdadera». —Lía Hebe Pereyra, Buenos Aires, Argentina

«He llegado a darme cuenta de que el Evangelio de Jesucristo surte un profundo efecto en la vida de la persona, ya que puede cambiar el corazón rebelde e infundir nue­vos ánimos en el modo de vida que lleva. El conocer el propósito de la vida le da a la mía un nuevo sentido de orientación, renovada esperanza y nuevos comienzos. Nunca me he arrepentido de haber tomado la deci­sión de convertirme en miembro de esta Iglesia». —Mary Lee Joy Sigayo, Binas, Laguna, Filipinas

«Jesucristo fue y siempre será el ejemplo perfecto. Sé que nació como una criatura humilde y, pese a que era el Hijo de Dios, se crió como hijo de padres terrenales. Sé que tuvo que padecer mucho dolor y sufrimiento a fin de que pudiésemos ser salvos. Sé también que Él fue el Creador y que, incluso antes de que yo naciera. Él me había hecho la promesa de que si confiaba en Él durante mi vida terrenal y vivía dignamente, volvería a verlo. Con todo mi corazón deseo volver a verlo y agradecerle, cara a cara, todo lo que ha hecho para ayudarme a vivir con Él y con mi Padre Celestial». —Blanca Estela García Aguilar, Usulután, El Salvador