Liahona Diciembre 1996

Lo primero son los diezmos

por Osborne N. Smith

“¿Qué debemos pagar primero, los diezmos o el empréstito de la granja?” Tal era el dilema que tenía mi padre, Henry L. Smith, en 1920.

Al igual que otros Santos de los Últimos Días que habían establecido la pequeña comunidad de Virden, en Nuevo México, mis padres eran gente muy trabajadora que confiaban en el Señor. Pero no gozábamos de pros­peridad económica alguna. Todo lo que lográbamos cosechar en el año eran unas pocas bolsas de cereales.

Después de muchas oraciones y denodado afán, en 1920 tuvimos una buena cosecha de trigo. Pero tanto la demanda como los precios eran muy reducidos. Mediante el intercambio mutuo, a nadie le faltaban los alimentos. Pero entonces llegó la fecha de pagar la hipo­teca. Era importante en extremo que todas las familias que habían adquirido en conjunto esas tierras hicieran los pagos a tiempo para no arriesgarse a perderlas.

Mis padres, tal como la mayoría de los agricultores, tuvieron que esperar hasta el fin de la cosecha para pagar sus diezmos. Desafortunadamente, comprendieron entonces que podrían pagar los diezmos o el empréstito, pero no ambas cosas. Papá tenía varias bolsas de trigo para vender, mas no encontró a nadie que estuviera interesado en comprarlas.

“Queríamos pagar los diezmos, pero no podíamos dejar de pagar la cuota hipotecaria”, escribió mi padre en su diario personal. “Nos dirigimos al Señor y le con­fiamos nuestro problema. Después de nuestras oracio­nes, tuvimos la impresión de que, primero, debíamos pagar nuestros diezmos”.

De acuerdo con el diario de papá, unos pocos días después de haber pagado los diezmos, “un hombre a quien yo nunca había visto vino a verme y compró toda nuestra cosecha a muy buen precio. Y así tuvimos el dinero para el pago de nuestra tierra”.

Papá nunca llegó a saber de dónde vino aquel hombre ni a dónde se fue. Tampoco supo jamás por qué el hom­bre había estado dispuesto a pagarle un precio tan bueno. En su diario, papá agregó simplemente: “Teníamos la certeza de que el Señor nos ayudaría siempre que le fuésemos fieles y depositáramos nuestra con­fianza en El.”

En verdad, el Señor abrió las ventanas de los cielos y derramó Sus bendiciones sobre nosotros. □