Liahona Diciembre 1996

Meditaciones sobre el buen pastor

por Homer S. Elisworth

En la época de la Navidad recordamos el relato bíblico acerca de los pastores que velaban por sus rebaños; es, sin duda, una escena simbólica, pues nos hace pensar en la preocupación y el cuidado amoroso con que nuestro Padre Celestial vela por todos Sus hijos. Y nos hace recordar que Él envió a Su Hijo Amado, el Buen Pastor, con una misión divina y sin paralelo: guiarnos para que volvamos a Él.

Muchos pasajes de las Escrituras contienen símbolos y señales de la venida de Jesús, de Su ministerio terrenal y de Su misión como Salvador de todo el género humano. El simbolismo es muy evidente también en las diversas referencias al Pastor y al rebaño. El Salvador mismo los utilizó en Su enseñanza.

El buen pastor

Para dar a conocer Su misión entre los hombres, Jesús se identificó diciendo que era el Buen Pastor: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por sus ovejas” (Juan 10:11). Un pastor que posee ovejas no sólo las ama sino que está dispuesto a arriesgar su vida por ellas.

En contraste con el verdadero pastor está el que no se preocupa mucho del rebaño, el que cuida las ovejas sola­mente para ganarse la vida:

“Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa” (Juan 10:12).

Esas palabras deben de ser una alegoría refiriéndose a Satanás, como un lobo, que viene de diversas maneras para atrapar y dispersar a las ovejas; el pastor asalariado es el que se da por vencido en lugar de resistir las tenta­ciones de Satanás. El Salvador, por Su parte, afirma que Él es el Buen Pastor y que está dispuesto a dar Su vida por todos los hijos de nuestro Padre Celestial; y esto lo hizo ya mediante Su expiación.

En Juan 10:7, el Salvador explica que solamente por medio de Él, y de ninguna otra manera, el género humano puede llegar a entrar en el Reino del Padre Celestial: “…De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas”.

En la época de Jesús había dos clases de recintos para guardar las ovejas: uno, un edificio grande, tenía vigas en la parte superior que se cubrían de ramas y paja para formarle un techo, y se utilizaba en el invierno; el otro, mucho más grande, se usaba en la primavera y el verano y era un aprisco donde se encerraban todas las ovejas del pueblo, con una cerca bastante alta para mantenerlas protegidas de los animales merodeadores. Por la noche, todos los pastores llevaban sus rebaños a ese aprisco, donde un solo hombre velaba durante toda la noche.

Jesús empleó esa costumbre como metáfora para ilus­trar el hecho de que Él era el Pastor que cuidaba las ovejas por la noche; era el protector y el guardián del rebaño y nadie podía entrar en el redil sin conocer el evan­gelio y sin saber de Su relación con Su Padre Celestial. Ciertamente, Jesús es “el guardián de la puerta… y allí él no emplea ningún sirviente” (2 Nefi 9:41).

El rebaño del pastor

Por medio de esa analogía de las ovejas y el pastor, el Salvador explicó también que Sus seguidores iban a reconocer Su voz, que sabrían que Él era el verdadero Pastor que los buscaría y los llamaría para que salieran del mundo, “…las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca” (Juan 10:3).

Cuando estuve en Israel, vi a un muchachito que sil­baba, como se llama a un perro, para llamar a sus ovejas. Mi yerno, que pasó allá dos años, me dijo que algunos pastores conocen tan bien a sus ovejas que literalmente las llaman por el nombre, y los animales salen del rebaño y van a su amo. Jesús, que entendía las características de las ovejas, se refirió a ellas para describir a los fariseos y a otros que no pertenecían a Su rebaño y no reconocían quién era realmente ÉL Ellos no acudían cuando Él los llamaba.

En el noveno capítulo de Juan leemos que los fariseos le preguntaron al ciego quién lo había sanado en el día de reposo. Después de muchas averiguaciones y discu­sión, algunos fariseos fueron al Salvador y Él les dijo:

“…El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador.

“Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es.

“A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca.

“…y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.

“Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, por­que no conocen la voz de los extraños” (Juan 10:1-5).

El Salvador les hizo notar que el ciego, que había sido expulsado injustamente por los fariseos, había encontrado luego refugio en el rebaño del Buen Pastor.

En ciertos aspectos, los fariseos eran como las cabras. Muchos rebaños tienen ovejas y cabras, pero éstas son muy diferentes entre sí y no se apacientan bien cuando están juntas. Por lo general, los pastores prefieren cuidar ovejas, porque las cabras se meten en líos; las ovejas son mansas, caminan despacio y gene­ralmente obedecen, pero las cabras no son así y se van errantes de acá para allá.

El amor del pastor

El Salvador también se refirió a las ovejas para expli­car el gran interés que sentía en el valor de toda alma. En Lucas 15:4, leemos:

“¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?”

Y en Mateo 9:36 dice: “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dis­persas como ovejas que no tienen pastor”.

Las ovejas que se sueltan en las montañas para pacer sin el cuidado de un pastor están sujetas a toda clase de dificultades. Aun cuando la mayoría sigue al rebaño, errando sin destino y exponiéndose a los peligros, algu­nas aprenden a seguir al pastor, quien las conduce por senderos seguros. De todos modos, si no hay quien las cuide, llegarán los animales de presa y matarán o disper­sarán a las ovejas.

Los del pueblo de Israel eran como ovejas sin pastor; habían sido traicionados por sus propios sacerdotes y subyugados por naciones extranjeras; además, al poco tiempo iban a ser dispersados después de la destrucción de Jerusalén. Jesús había sido enviado al rebaño para conducir de regreso al redil a cuantos lo siguieran; pero sabía que, al menos al principio, serían muy pocos los que iban a seguirlo.

En la época del Salvador, los rebaños grandes quizás se compusieran de varios miles de ovejas que pertenecie­ran a muchas familias y a las que cuidaran varios pasto­res; de esa manera, el rebaño estaba más seguro, y por ese motivo la gente prefería que sus animales formaran parte de los rebaños grandes. Los pequeños general­mente tenían un solo pastor y estaban mucho más expuestos a ser víctimas de los ladrones. No obstante, en Lucas 12:32 se hallan estas palabras del Maestro: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino”. Aparentemente, quiso decir a Sus seguidores que no tenían por qué temer, aun cuando no fueran miles con varios pastores que los cuidaran, que su Padre Celestial se iba a asegurar de que estuvie­ran bien cuidados con un solo pastor.

El llamado del pastor

El Salvador utilizó la metáfora de las ovejas en el lla­mamiento que le extendió a Simón Pedro. En el capítulo 21 de Juan leemos que el Señor resucitado les dijo a Sus Apóstoles, que estaban pescando en el mar de Tiberias, que echaran las redes en un lugar determinado; al hacerlo, las sacaron llenas de peces. Un poco más tarde, después que habían cenado con Jesús, Él le hizo a Pedro esta pregunta: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?” Y la respuesta de Pedro fue: “Sí, Señor”.

A continuación, tres veces el Salvador le mandó apa­centar a Sus ovejas (véase Juan 21:15-17). Aquél fue un acontecimiento de gran importancia, porque lo que Jesús le pedía a Pedro era que estuviera a la cabeza del rebaño aquí en la tierra, puesto que Él debía regresar a Su Padre que estaba en los cielos. El Salvador le estaba diciendo a Su discípulo que su nueva responsabilidad era la de ocuparse de salvar a las ovejas de Su rebaño.

El cordero de dios

La analogía del cordero también estableció un ante­cedente claro y comprensible para la Crucifixión y la Expiación. En Juan 1:29 dice: “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”.

Todas las Pascuas se mataba un cordero sin mancha como parte de la comida con que la familia celebraba la ocasión en que el pueblo de Israel fue liberado del cauti­verio de Egipto. El cordero, previamente seleccionado, se sacrificaba enfrente de toda la congregación y su san­gre se rociaba en el dintel de la puerta de la familia.

En ese sentido, el cordero era un símbolo adecuado del Salvador, que no tenía mancha alguna y cuya expia­ción nos libera del cautiverio del pecado. En Hechos 8:32 se cuenta de un etíope que leyó lo siguiente en Isaías: “Como oveja a la muerte fue llevado; y como cor­dero mudo delante del que lo trasquila, no abrió la boca”. Cuando el etíope le preguntó a Felipe a quién se refería Isaías, éste empezó a predicarle sobre Jesús. El símbolo del cordero presentaba una comparación clara a la persona que supiera de ovejas y pudiera entender, en su verdadero significado, la humildad, la paciencia y la mansedumbre del Salvador. Después de la conversación que tuvieron, el etíope fue bautizado (véanse los vers. 34-38).

Las referencias que se hacen en las Escrituras a las ovejas y al pastor como símbolos y señales del Salvador nos dan mayor comprensión y aprecio de Él y de Su misión en la tierra. Por medio de esas referencias, com­prendemos más completamente la naturaleza de Su misión, Su método de llamar discípulos y Su amorosa preocupación por todo el género humano. □