Liahona Diciembre 1996

Mensaje de las maestras visitantes

La roca de nuestro redentor

«El único y seguro fundamento» (Jacob 4:16).

En un discurso que pronunció en una conferencia general, el presidente Spencer W. Kimball se refirió a una visita que hizo a la isla mayor de Hawai en 1946, poco después de que una marejada azotara sus costas. Más de cien personas habían perdido la vida y otros milla­res se quedaron sin hogar. Contó cómo cierta familia pudo apenas escapar con vida subiéndose a una colina desde donde vieron que, al pie de la misma, su hogar desaparecía bajo las aguas torrenciales.

“Nosotros también”, dijo el presi­dente Kimball, “nos enfrentamos con destructivas y poderosas fuerzas desatadas por el adversario; las olas del pecado, la maldad, la inmoralidad, la degradación, la tiranía, los engaños, las conspiraciones y la des­honestidad nos amenazan a todos, nos azotan con gran poder y veloci­dad, y nos destrozarán si no somos cuidadosos.

“Pero recibimos advertencias… Debemos huir hacia las tierras altas, o aferramos con todas nuestras fuer­zas a lo que pueda salvarnos de ser arrastrados sin misericordia” (Liahona, febrero de 1979, pág. 7).

Edifiquemos un fundamento firme

Nuestro único fundamento seguro contra el cual ninguna prueba, pesar o terror será en vano, es Jesucristo, nuestro Salvador y

Redentor. El profeta Helamán reco­mendó a sus hijos: “Recordad que es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, donde debéis establecer vuestro fundamento, para que cuando el diablo lance sus impetuosos vientos… esto no tenga poder para arrastraros… a causa de la roca sobre la cual estáis edificados” (Helamán 5:12).

Para establecer un sólido funda­mento en Cristo necesitamos emplear los principios básicos del Evangelio. Cierto miembro de la Iglesia aprendió a fundamentar su vida en Cristo al dar prioridad a las cosas que el Salvador enseñó que eran más importantes, entre las que se incluye el pago puntual de los diezmos y de las ofrendas de ayuno, la oración, el estudio de las Escrituras y dar predominancia a nuestros llamamientos en la Iglesia.

“Al cumplir con estas cosas”, escribió ese miembro, “encontré más felicidad en mi vida. Mis acciones se convirtieron en factores de progreso espiritual hacia mi objetivo de conocer y llegar a ser como nuestro Salvador” (Ensign, septiembre de 1995, pág. 41).

Un fundamento firme nos da paz

A medida que edificamos nuestra fe en Jesucristo, nos capacitamos para enfrentar los problemas de la vida mortal y, siendo que de este modo disfrutamos de una mayor estabilidad, tendremos la fortaleza necesaria para ayudar a nuestros semejantes en su lucha contra sus propios desafíos. Al hacerlo, nos ase­mejamos más a Cristo tal como nuestro Padre Celestial lo desea.

En la primavera siguiente al pre­maturo fallecimiento de su esposa, el élder Richard G. Scott, del Quórum de los Doce, testificó durante una conferencia general: “La felicidad real y duradera, acompañada de la fortaleza, el valor y la capacidad de sobreponerse a las peores dificulta­des, se obtiene concentrando la vida en Jesucristo. La obediencia a Sus enseñanzas provee una base segura sobre la cual edificar. Pero exige esfuerzo, y no hay garantía de resul­tados inmediatos sino la absoluta seguridad de que, cuando el Señor lo disponga, aparecerá la solución, la paz prevalecerá y el vacío se llenará” (Liahona, enero de 1996, pág. 19).

  • ¿Qué podemos hacer para fortale­cer nuestros fundamentos espirituales?
  • ¿En qué manera nos ayuda en épocas difíciles nuestro fundamento en el Evangelio?